jueves, 9 de octubre de 2008

BREVE RESEÑA DE LAS DECIMAS

En 1591, hace cuatro siglos, cuando se versificaba en quintillas y octavas reales y los trovadores tañían la guitarra, la vihuela de mano y la bandola para musicalizar sus coplas; un murciano llamado Vicente Espinel (1550-1624) le agregó la quinta cuerda a la guitarra, estableció la afinación definitiva de la bandola (instrumento que llegaría a América y que pervive en la bandola del llano venezolano, en el cuatro de Puerto Rico, en el tres cubano y en el requinto jarocho o guitarra de son de nuestra región) e inventó, en un arrebato de inspiración , la planta poética de la décima: joya de diez versos octosilábicos que desde entonces fue conocida como espinela. Y aunque su hallazgo no se conservó con fuerza en la península, la espinela se convirtió en un patrimonio de la América española. Así, siglos de poesía y tradición musical populares en el continente deben mucho a este andaluz universal. La décima arcaica era básicamente la unión de dos quintillas cuyos versos rimaban alternadamente (como en el Cancionero de López de Estúñiga o en las Coplas de Jorge
Manrique) y lo que Espinel hizo fue que trastocar el orden de las rimas y conferirle una forma definitiva más variada (ABBAACCDDC) que se haría común en el Siglo de Oro y que permite grandes recursos expresivos. En su origen murciano (el "!Ay le lo lá! ... que persiste en la décima puertorriqueña) la décima fue cantada, aun cuando muchas veces era simplemente declamada (como en las bombas de Tabasco y Yucatán o en las del Fandanguito jarocho). Los patrones arcaicos, de octavas reales o dos quintillas, tendieron a desaparecer (aun cuando todavía se usan, por ejemplo, en el son rioverdeño de la Sierra Gorda) y la espinela se convirtió en la forma predilecta de decimar, sobre todo glosando y desglosando los cuatro versos de una cuarteta en cuatro décimas explicatorios de pie forzado; y esta fue la planta definitiva que sigue cultivándose. Ya en pleno Siglo de Oro, cuando Lope de Vega, Calderón de la Barca y otros autores incorporaban el mundo indiano en sus entremeses y autos, cuando de España a las Indias se trasegaban coplas y sones y se mestizaban los cantares con el nuevo aporte de los indios y de los negros ( en chaconas, zarabandas, maracumbés, negrillas, matachines y tocotines); la
región sotaventina era ya un crisol de pobladores peninsulares, comunidades o repúblicas de indios nahuas y popolucas y mocambos de negros cimarrones, o de negros esclavos y libres, tres fuentes primarias de un nuevo mestizaje, conocido desde entonces con un nombre morisco: los jarochos, más específicamente mezcla de negro e india, que habían ya conformado una identidad regional. La décima se implantó en Barlovento y el Sotavento veracruzanos y produjo frutos con el inigualable gracejo y sabor regionales, al mismo tiempo que se popularizaba en toda la América española. En nuestra región fue desde el siglo XVII parte del ritual del fandango de tarima y común en varios "sones grandes" del repertorio del son jarocho. Décimas de amor, de crónica, a lo profano y a lo divino, décimas sabidas e improvisadas, circularon por todo el litoral; sueltas, enlazadas o glosadas y constituyeron los pilares de la versificación y las referencias simbólicas de un centenar de sones que conformaban lo fundamental del cancionero jarocho de los siglos XVII y XIX. Las influencias llegadas casi todas por el puerto de Veracruz configuraron repertorio variadísimo: tonadillas escénicas, fragmentos de entremeses, jácaras, frases musicales cultas, rumbas y comparsas caribeñas, folias canarias y sobre todo un gran torrente de coplas y tonadas andaluzas desembocaron todas en sones de pareja y de montón, en aires evocadores y nostálgicos (peteneras, habaneras, lloroncitas...) que se tradujeron a los sonidos y a las muchas de las afinaciones antiguas de la jarana, la guitarra de son y el arpa. Dos influencias fueron definitivas en nutro son: la que en el siglo XVIII nos llegara de Venezuela, cuando existía en el puerto de Veracruz la Feria del Cacao venezolano, el 70 por ciento del tráfico comercial se establecía con La Guaira y Maracaibo y en la Feria de Jalapa se comerciaban instrumentos y coplas del entonces llamado Cribe andaluz. La otra presencia imborrable se produjo en el XIX y le dio nuevo aliento a la décima sotaventina:
provino de Cuba, cuando las luchas libertarias de la isla arrojaron a cerca de tres mil cubanos (plantadores, ganaderos, tabacaleros, jornaleros y educadores) por todo el litoral del golfo. Azúcar, tabaco, décima y danzón fueron el aporte isleño a la conformación final de nuestras querencias y evocaciones líricas y musicales. la décima de hoy, sones como El Zapateado y el Jarabe Loco, tiene desde entonces ese aire guajiro que nos hermana con la
Perla del Caribe. Un tanto olvidada, la improvisación decimal ha languidecido por años. Un grupo de poetas regionales la ha vuelto ha retomar con fuerza (Constantino Blanco -el Tío Costilla- qepd, Mariano Martínez Franco, Ángel Rodríguez, Rodrigo Gutiérrez, Manuel Pitalúa y muchos otros) entre ellos se distingue don Guillermo Cházaro Lagos, por incorporar trozos de historia regional (como en sus inigualables décimas vaqueras) y finas semblanzas
dedicadas a la mujer jarocha. La décima recitada en fandangos y jaleos caracteriza ya a este nuevo auge y otra vez, Tlacotalpan se erige como la capital cultural del Sotavento, la perla engarzada en el río que siempre fue.

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